Cómo se debería empezar de manera
adecuada a contar una historia. Quizá con el clásico “había una vez” o
probablemente con algo como “en una tierra muy lejana”. Claro que esto ya es un
cliché, de un cliché de otro cliché y no es algo de mi interés realizar un
cliché, y seguro para usted amigo lector tampoco es de interés leer acerca de
un cliché, así que vamos a empezar esta historia de manera diferente.
Digamos, por ejemplo, que tenemos
a esta persona, llamémosla en esta ocasión Taro, Taro, es una mujer joven, de
24 años de edad egresada de la carrera de literatura, por una de esas
universidades rimbombantes que uno se encuentra por ahí de vez en cuando. Taro,
es una mujer de origen mexicano, proviene de la ciudad de Puebla, México, no,
ella no es una mujer indígena, no es tampoco una mujer comprometida con su
sociedad, ni con su género y tampoco busca entretener a nadie. Es una mujer
normal, común y corriente que vive una vida tranquila, trabajando temporalmente
en una librería. Uno pensaría que por su nombre proviene de alguna familia de
algún país que muchos considerarían exótico, pero la verdad es que no es así.
Más bien, su nombre proviene de una novela que leyó su padre durante su
juventud. Las extraordinarias aventuras del joven Taro, un libro que encontró
en sus días de juventud, mientras rondaba un mercado donde al esperar a alguna
novia que tuvo, miro los libros tendidos sobre el suelo y este llamo su
atención. Era un libro pequeño, con una ilustración de tinte árabe. Ciertamente
el padre de Taro no era, en su juventud de los tipos que suelen leer mucho,
pero esa ilustración, por alguna razón que ni el mismo podía comprender le
llamo la atención, preguntó el precio que se le hizo bastante económico y
compro el libro. Lo llevo a casa y después de tenerlo botado en un rincón
alrededor de dos años y medio decidió leerlo. Este contaba la historia de Taro,
un joven aventurero que viajo por todo el mundo en busca del amor verdadero.
Una historia realmente vaga y corta, de esas que dejan una sensación extraña,
como si hubiésemos bebido de una botella que hubiéramos encontrado en la calle.
A pesar de que Taro era un nombre
de un personaje masculino, los padres de Taro decidieron nombrarla Taro, pues
Raymundo, su hermano mayor había sido nombrado por su madre y su padre en la
ejecución de su turno, no tuvo idea de cómo nombrar a su hija, pues buscaba un
nombre poco común, pero nada exagerado. Además pensó en aquel momento, que
cuando la llamara a gritos por alguna travesura que hiciera sería más fácil
gritar ¡TARO! En lugar de algo como Escarlet, o Fabricia. En ese momento
pasaban por la tele un reportaje de algún ataque en estos países árabes de los
que rara vez solía recordar el nombre, pues se le hacía una noticia ya tan
común ver ataques en estas áreas que ya no le llamaba la atención, entonces
recordó ese libro leído en la juventud con este personaje llamado Taro, un
joven aventurero que viajo por el mundo en busca del amor verdadero, y a pesar
de que era el nombre de un personaje masculino, decidió llamar a su segunda
hija Taro.
Entonces, digamos, por ejemplo
que Taro, un día aburrida de su trabajo en la librería decidió salir temprano,
por lo que llamó a su jefe y le inventó una historia en la que su gato en casa,
se encontraba muy enfermo y ella tenía que llevarlo con regularidad a visitar
al veterinario, claro que esto lo tenía que hacer por las tardes, pero en esta
ocasión, el veterinario le había informado que saldría de la ciudad y por esta
razón, Taro, tendría que ir a visitarlo más temprano para poder alcanzar la
consulta de su pobre animal enfermo. Su jefe que no tenía ninguna queja del
trabajo de Taro y que la veía como una posibilidad de romance, si claro, él lo
intentaba y se le insinuaba lo suficiente, decidiío que no había ningún
problema, de todas maneras las ventas del último mes habían sido muy buenas por
la entrada de los niños a la escuela, por lo que el mes en el que se
encontraban, el trabajo se volvía un poco flojo y Taro solo le estaba pidiendo
un par de horas de anticipación a su salida.
Ya fuera del trabajo Taro decidió
ir de paseo cerca del centro de la ciudad donde habitaba. Hacía algunos años
Taro había dejado la casa de sus padres con la idea de ir a estudiar la
universidad y llenarse de nuevas experiencias, aunque de lo único que se llenó
el primer mes que estuvo fuera de casa en una ciudad extraña donde no conocía a
nadie fue de deudas. Normalmente Taro era una mujer que no solía hacer gastos
excesivos, sin embargo el perderse a diario, tener que tomar taxis con taxistas
abusivos que la llevaban a dar eternas vueltas y le cobraban el doble o el
triple del viaje era costoso y siempre terminaba pidiendo dinero a alguno de
sus compañeros que se compadecía de la joven Taro o que la veía como una
posibilidad de romance. En realidad Taro no era una mujer fea, pero tampoco era
una mujer muy guapa, digamos que era una mujer muy normal que no estaba
comprometida con su sociedad ni con su género y solo buscaba vivir el día a
día, mientras encontraba un nuevo trabajo fuera de la librería donde ya llevaba
algunos meses sin ver ningún avance, al menos no de manera profesional, pues a
lo más que podía aspirar trabajando en la librería era a convertirse en la
gerente de la misma y ganar un sueldo que no estaba muy lejano del que ya
tenía.
Tras la primera media hora de su
recorrido en el centro de la ciudad, Taro notó que en realidad no tenía tantas
ganas de pasear, pues era una actividad que ya había realizado muchas veces,
acompañada por algún o algunos amigos, algún viejo romance o por ella misma y
alguna canción en sus audífonos. Solo llevaba media hora y seguía igual de
aburrida que como lo estaba en la tienda, a diferencia de que ahora sentía
algunas gotas de sudor que le recorrían el cuerpo, después de esa media hora de
recorrido en el centro de su ciudad.
Volteo a ver a ambos lados de la
carretera y cruzo, llego a la siguiente avenida con varias calles que se unían
con la principal como las venas a una arteria humana, al menos así lo pensaba
porque la comparación se le hacía tan burda que excluyo el pensamiento incluso
antes de terminar de formularlo por completo. Miro las calle que llegaban a la
avenida y trato de recordar las veces en las que las había recorrido, con algún
amigo, algún amante o con ella misma. Cada cuadra podía contar una historia
diferente de ella, diviso una por una recordando lo más que pudo cada detalle
de cada una de esas historias, el silencio abrasador de las calles vacías, el
mecer de las hojas de los árboles, la basura en las calles, la sensación en sus
piernas mientras caminaba, los diferentes ángulos de visión que ofrecía cada
calle y hasta la casi imperceptible (para muchos) coloración que el mundo
adquiría cuando caminaba por una vereda distinta a la de su caminar diario.
Notó algo en ese momento, había
una calle por la que nunca había pasado, no estaba segura de a donde la
dirigiría, quizá era un callejon largo, o uno pequeño que terminaba conectándose
con alguna de las calles aledañas, con Matamoros o con otra cuyo nombre no
recordaba del todo. Lo analizo por un momento mientras buscaba crear una cara
que fuera con el momento, aunque no encontró ninguna que pudiera coincidir.
Sería un momento oportuno para explorar esa calle, o es que acaso estaba
suficientemente aburrida como para no intentar nada. Saco su teléfono para
mirar la hora, pero observo que tenía una notificación pendiente, desbloqueo su
teléfono y vio que era un mensaje, en la barra de notificaciones no mencionaba
el remitente del mensaje, por lo que abrió la aplicación de mensajería, solo
para darse cuenta de que era un mensaje de su compañía telefónica invitándola a
conocer los nuevos planes que ofrecía, como no le intereso volvió a guardar el
teléfono en su bolsillo.
Volvió a mirar el callejón y se
preguntó nuevamente si tendría tiempo de atravesarlo o de conocerlo, entonces
volvió a sacar el teléfono del bolsillo recordando que lo había sacado en
primer lugar para revisar la hora como lo haría en ese momento. Hacía 45
minutos que había salido del trabajo. Si su gato realmente hubiera estado
enfermo, quizá su condición ya se habría complicado en ese momento y si en
realidad tuviera un gato, quizá este ya habría escapado o muerto por el poco
cuidado que Tora había tenido con los animales desde pequeña. Como el hámster
que su tía Remedios le regalo en su noveno cumpleaños al cual le aplasto la
cabeza con una roca al tratar de bloquearle el camino para que fuera por el
corredor de semillas que había compuesto para entrenarlo y convertirlo en un
famoso hámster velocista.
Había tiempo, el tiempo
suficiente para ir y recorrer el pasillo que habría nuevas posibilidades frente
a ella. Entonces emprendió la marcha, quizá en ese pasillo habría algún nuevo
lugar al que pudiera ir regularmente y conocer nuevas personas, quizá algún
café lleno de nuevas delicias que saciaría su no tan exigente paladar, tal vez
pudiera cruzarse con algún extraño que con suficiente suerte pudiera traspasar
la barrera de la otredad, o que al menos le deleitara la pupila con su belleza
o su horrible mirar.
Llego a la pequeña vereda y se
dio cuenta de que era una curva que daba con esa calle de la cual no recordaba
el nombre y que le parecía bastante trabajo el voltear la mirada para verificar
el nombre. Seguro sería el nombre de uno de esos héroes de alguna batalla que a
ella le dejaron de interesar desde que terminó sus estudios primarios. Comenzó
a caminar la vereda y de repente vio una pequeña marquesina al fondo, donde la
calle empezaba a curvarse se acercó y se dio cuenta de que en efecto, la calle
daba con la otra calle que resultaba llamarse Juan Escutia y continuaba su
recorrido en paralelo a la avenida en la cual se encontraba desde un
principio. La marquesina parecía una
broma del destino, sí, ahí estaba la marquesina, pero la cortina del que pudo
ser un local de ropa en algún tiempo por la publicidad en las paredes anexas
estaba completamente cerrada, parece que desde hace algún tiempo, pues se veía
sucia y descuidada, procurada no más que por los que gustan de hacer pintas en
las calles, esos jovencitos pseudo rebeldes que rondaban esas calles por las
noches drogándose y pintando paredes y cortinas para “marcar su territorio”.
Un poco decepcionada avanzo hasta
Juan Escutia y retorno a la calle donde originalmente había mirado su teléfono
dos veces para darse cuenta de que su empresa telefónica ya no encontraba como
hacerse de su dinero y de como ella era lo suficientemente distraída para no
recordar que lo que en realidad quería era ver la hora en su teléfono.